miércoles, 10 de noviembre de 2010

Martin acompaña Un vuelo

Seis

    10:00 a.m.

— Color naranja sería mejor. Claro, naranja, para combinarlo con las rayitas amarillas que le pienso poner por los lados. Además, señor, el papel debe ser un poco resistente: no tan grueso, pero más o menos resistente; ya sabe usted: los pliegos son un problema si se trabaja con cartón, y si es muy pesado: no vuela.

 Así hablaba el joven con el señor de la papelería. Detalles tan nimios para mí, tan importantes para él: Nicolás: 19 años, flaco, pálido y encargado de hacer un avión artesanal.

— La verdad no entiendo por qué me dejaron una actividad como esta—me decía de camino a casa—, alguna buena razón tendrá el profesor. Como te digo, estudio Licenciatura en Español y Literatura, tal vez esto tenga algún fin pedagógico bien interesante... Ya lo veré.

    11:00 a.m.

Después de haber visto varios modelos en la página de internet favorita de todo adicto a los videos, Nicolás eligió uno interesante: avión nada convencional, con formas futuristas, algo así como el del clásico animado Transformers.

—Este me gusta bastante, aunque tiene ciertas complicaciones, pero no importa, de todas maneras este es un trabajo algo entretenido; además, ahora vendrá mi novia, tal vez me ayude. Ya sabes, como toda mujer es buena para las manualidades; por ahora, haré alguno doblez...

    2:30 p.m.

La primera impresión que me produjo la novia de Nicolás fue de agrado: una sonrisa en el rostro fue su carta de presentación. Estudian la misma carrera y se hicieron novios ahí.

—A mí me gustan las manualidades —me dice con un tono alegre— por eso vine a ayudarle. Además, estoy un poco estresada, debo leer mucho, esto me entretendrá.

    3:30 p.m.

Hablaron, doblaron y pegaron. Este trabajo durante cierto tiempo, pero al fin terminaron, claro, aunque faltaban los arreglos, los pequeños detalles que estarían a cargo de la dama.

—Las rayitas amarillas que dijiste, por los lados —comenta la señorita  su novio—, así quedará bonito; aunque quién sabe si vuele —dice en tono bajo—; ustedes se imaginan: ¡un avión que no vuele! —ríe y quedamos en silencio.

Nueve

    8:20 a.m.

—Buen trabajo —le digo.

—Sí, después de que te fuiste arreglamos unas cosas y quedó muy bien.

Nicolás está con su grupo de estudio. Han llegado todos, incluso el profesor, con aviones artesanales y caras de felicidad. Sonrío, parecen niños que en agosto salen a elevar cometas; algunas fotos para el recuerdo; están atentos a la orden del maestro y: ¡a volar!

   8:30 a.m.

Nicolás me mira.

—Ya lo dijo tu novia —le digo.

—Sí, pero no creí que fuera de esta manera.

El avión salió de sus manos y el viento lo rechazó. Estuvo en el aire unos segundos y al charco cayó.

—En fin —le digo—, un vuelo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

De cómo Martin se inició en las letras

Parece que es requerido el proceso educativo, especialmente en lectura y escritura, que ha llevado Martin Hucbert a lo largo de su corta vida.

A ver:

Todo comienza aproximadamente en 1995 —¿no hace mucho, verdad?— cuando Martin era un pequeño de cinco años: La casita del saber, entidad educativa donde sus padres lo matricularon, para que diera los primeros rayones en un cuaderno o, posiblemente, lo que a futuro serían grafías bien definidas. Allí —debe decirse— Martin Hucbert no fue feliz. Dice que no recuerda muy bien el nombre, sólo que era fea, como la mayoría de los vejetes con  que los pequeños tienen su primera interacción educativa y cultural; maestros retrógrados que podrían dañar el futuro social de los pequeños. En fin, es necesario retomar lo anterior: ... era fea —sólo recuerda eso—, además, lo tiraba siempre de las orejas. Aquella infame maestra enseñó los primeros trazos al pequeño Martin que, obedientemente —o tal vez con temor—, hacía grandes esfuerzos por cumplir con la lección, para no sentir aquellas uñas largas que torturaban sus pequeños y delicados lóbulos. De esta manera —tal vez cruel—, el inocente Hucbert aprendió las vocales y algunas rayas...

Martin Hucbert estuvo hasta los seis años en aquel lugar que no correspondía verdaderamente con su nombre, aunque en este momento acaba de recordar que primero estudió en Dominguito sabio donde lo golpeaban, por lo cual fue retirado por sus padres—este lugar parece no tener tanta importancia en su formación—.

Así pasaron los primeros años escolares del pequeño Martin: los rasguños, las amenzas, los temores, los malos recuerdos... Hucbert dice que tal vez por eso nunca sintió mayor interés por las letras, y que tal vez por eso se inclinó a la violencia: la caza y tortura de gatos.

En 1996, Martin Hucbert inicó los estudios primarios en El Instituto la Niña Maríasacro templo de ciencia y virtud, cuando entona el himno—, donde empezó la más interesante experiencia cultural del pequeño:
Allí también me castigaban, aunque no de manera salvaje —me cuenta mientras escribo esto—, las profesoras eran viejas y feas, una tuvo cáncer, la pobre, aunque se salvó; tuve muchos amigos, muchas peleas, algunas malas experiencias y buenas calificaciones: me decían ñoño. De todas maneras, allí tampoco me acerqué a los letras.

Tal vez Hucbert sintió interés por la literatura —es lo más probable por todo lo que me ha dicho— en el colegio:

En la tierra gloriosa y altiva, que juramos por Dios defender, cantaremos el himno al trabajo, con el lema vivir y vencer...  Le digo Instituto Técnico Superior Dámaso Zapata,  y se emociona. Las primeras letras de este párrafo pertenecen al canto que entona, con aire altivo y orgulloso, y todo porque, según él: el técnico cambió mi vida.

No hay nada más bello que esa vida de estudiante de bachillerato, y parece que si ha Martin Hucbert no le fue muy bien en las escuela, en el bachillerato sí. Dice que al principio fue bueno, académicamente hablando, pero que después: no. Perdía hasta Español —me dice sonriendo—  aunque era por culpa del Chimche —uno de sus compinches—, que me hablaba y hablaba en clase. Aunque, pa' que le digo mentiras, también mía: era muy perezoso. Martin se queda callado, mira al pasado, y me dice: Había alguien muy particular: el amigo, así le decían. Opinaba siempre, no sé si diría la verdad, porque hablaba siempre de Historia, y como nadie sabía, no lo contradecían. El hecho es que influyó en algo, empezamos a hablar y, con esto, a leer. Siempre he sabido más que él, y lo sabe en el fondo de su pulquérrimo espíritu, auque no lo reconozca, de todas maneras nos volvimos amigos, y aún lo somos: nos burlamos de la gente, nos robamos los libros, estudiamos carreras a fines, defendemos la tauromaquia y, en fin, siempre debatimos...

Bastante curioso que Hucbert se haya graduado por vetanilla, para recuperar Español. Me dice que fue una cuentión de honor, de autoridad, de amor a sí mismo: entraría a estudiar Español y Literatura en la UIS, y pensé: ¿si me voy así, tendré autoridad para rajar a un estudiante? Segun este escritor colombiano, la mayor trascendencia de su vida literaria, el mayor y más importante acercamiento a las letras, fue el taller de habilitación que dejó la profesora Limbania, en enero de 2008: La Resistencia, de Ernesto Sábato; El perfume, de Patrick Suskind; El viejo y el mar, de Ernest Hemingway constituyeron mi entrada.

Ahora, ese pequeño Martin asesino es un Hucbert artista; el pequeño que no leía la envoltura del caramelo, y que no pasa el día sin tomar un libro.

Helo aquí: grande artista Martin Hucbert.


                                                                                                                        

                                                                                                                                 Nathanael Lessa