DOS HORAS COMO PROFESOR DE FRANCÉS
El día anterior me habían recomendado llegar quince minutos antes de que comenzara la clase; yo, haciendo honor a mi responsabilidad, llego a la hora en punto: ni un minuto más ni un minuto menos.
Me acompaña la sensación inquietante en la boca del estómago —ese pequeño ardor que sube, que camina, que molesta… “Gastritis, Nicolás, gastritis”, siempre repite mi madre—, pero es comprensible: nunca he hecho esto. Llevo estudiando tres años y medio —pues sí, pero no; yo no estudio Francés; aunque sí: son varios niveles; pero no: es Español y Literatura—, en fin: je suis nerveux.
—Oiga, Nicolás, no se quede ahí parado; tome la llave, y suba, que son la cuatro, y la doctora lo va a regañar.
Esa es Diana, una de las secretarias —son dos— que me saca del estado neutro en que me encuentro. Trabaja hace… no sé, pero hace bastante tiempo. Lo digo porque su hijo tiene diez años, y una vez me contó que cuando la Alianza estaba al frente, en una casa vieja, había un francés… “Olía muy feo; menos mal no estaba embarazada, lo hubiera estado y… me vomito”, esas son sus palabras, y si se atan los cabos, se sacan las cuentas… Sí, hace rato que trabaja acá. Diana es alegra; elle a l’allure sympatique, o sea, se ve buena gente; Diane es blonde, o sea, mona, et frisée, o sea, de cabello rizado… En fin, Diana es joviale.
La Alianza Francesa de Bucaramanga fue creada el 25 de noviembre de 1965, y en general, o sea en el mundo—atendiendo a lo que me cuenta Wikipedia —“nació el 21 de Julio de 1883 en París, por un grupo de célebres hombres, incluyendo el científico Louis Pasteur, el diplomático Ferdinand de Lesseps, los escritores Julio Verne y Ernest Renan y el editor Armand Colin”; la sede principal está en París —cómo no— y para la época en que escribo esto “cuenta con 1,040 centros en 136 países en los cinco continentes” — “¡redondito el negocio!”, dirá el querido lector.
Esta institución —sí, esta, la de Bucaramanga, porque no sé si las otras también—maneja un sistema de educación personalizada muy particular, curiosa, motivadora, agotadora, interesante… y hasta odiada: la tutoría. Las personas —digamos: profesores— que dan estas tutorías, por el gran valor de tres mil cien pesos las cuatro horas, dos veces a la semana, durante un tiempo indefinido son: los tutores. El hecho es que hace tres meses, aproximadamente, la profesora Edga Uribe —la misma de Francés tres, cuatro, Literatura Francófona y ahora Didáctica— de la UIS recomendó a doce estudiantes del curso, para que tuvieran el grande honor de ser tutores… Grandísimo honor que cumplimos actualmente seis primeros —seis restantes lo tendrán a partir de agosto—mínimo dos veces por semana. Yo, por ejemplo: los martes en la tarde y los sábados en la mañana. Valga decir: los tutores, muy de vez en cuando, en caso tal, cuando un profesor se enferma o se le muere la mamá o el hijo o el novio, o tiene que diligenciar un documento para viajar, lo remplazan.
Ya subí las escaleras —eso sí, antes saludé a Alejandra, la queridísima otra secretaria—y entré al baño. Me lavo las manos —como siempre antes de jugar en la ruleta—y hago “chichí”: los nervios dan ganas de hacer “chichí”. Cuando entro al salón —el 205, que es bastante grande—me encuentro con Aura, Gilma, Angélica y Cristina…
Andrea—o Andreíta, como le dicen de cariño todos en la Alianza—, dos días antes, a las seis y diez de la tarde, cuando me pidió que la remplazara, me informó que el grupo era de 15 personas, que era módulo 7, lo que quería decir que debía trabajar con el libro verde, Alter Ego 2, dossier 6 —Alternatives—leçon 1, páginas 92 y 93, en fin: les pronoms indirects y et en, y les marqueurs chronologiques…
La Alianza Francesa de Bucaramanga —sí, otra vez esta, porque de las demás no sé— trabaja con tres libros, o méthodes, como se dice en esta lengua refinada— eso, por su fama: Alter ego 1, el amarillo; Alter ego 2, el verde, y Tout va bien 3, el verdoso-claroso. Esos libros, en general, son fáciles para el maestro —para el aprendiz también—por la manera como proponen el desarrollo de la clase; en fin: pas difficile.
Hago un recorrido rápido a la cara de mi nuevo público —eso porque siempre he tenido delirio de artista—, mientras me dirijo al fondo del salón, donde está le magnétophone, o sea la grabadora, que es lo que más se utiliza acá, para poner les enregistrement, o sea las grabaciones de los ejercicios del libro; percibo un poco de duda—dos horas más tarde, Angélica, mi nueva amiga, me diría: “Creí que eras un compañero nuevo; ¿el profesor? ¡Jamás! Eres muy joven”—; sí, dudan, no creen que sea monsieur le prof, y me incrementan los nervios… Llego al fondo de la sala, pongo la espalda en el trablero, y saludo: “Bonjour”, “Bonjour”, responden en coro.
— Oye, qué pena, pero: ¿y Andrea, dónde está Andreíta?
Esta es Angélica, de 20 años, estudiante de Derecho, en la UNAB, y con su pregunta —bueno, a mi parecer—muestra algo de preocupación en qué yo sea su profesor… “Sabrá Dios por qué, ni porque no tuviera barba”, pienso. Le respondo en Francés, y por la emotividad de su rostro, parece que no ha entendido nada: grave cosa.
Andreíta, mujer joviale, de 35 años, tiene como proyecto para el mes de julio viajar a Francia para cursar una capacitación de profesores de lengua extranjera. A esta hora debe de estar diligenciando algunos documentos, por eso la remplazo.
Por lo que me cuentan estas cinco estudiantes, el resto del grupo no ha venido a causa de las evaluaciones finales… “¿Exámenes finales en abril?” “Ah, pues claro, es que la mayoría son de ingenierías de la UIS.” Esta última es Gilma, y me recuerda a la abuela que nunca he tenido. Tendrá 60 años —no me atrevo a preguntarle—, usa gafas, cabello corto, y tiene una de las sonrisas más amables que he conocida… “Abuelita, la que nunca tuve, me has dado tranquilidad”, pienso. Con esa sonrisa de doña Gilma se han alejado los nervios: moi, je suis tranquil, y comienza la clase…
Que qué es un pronombre, que cuál es su función, que si se acuerdan de los pronombres y et en, que remplazan complementos de lugar, que estos son la misma vaina, pero remplazan objetos indirectos, que es fácil, que por qué no me entienden, que qué no entienden, que en este ejemplo qué pasa, que en este otro qué están remplazando, que no está difícil, que es muy fácil, que me entiendan ¡por favor!... El tema es un poco raro, algo complicado, y en eso se pasan las dos horas. Me parece que Aura, de 19 años, estudiante del Columbia College, de Diseño, fue la que más entendió.
“Y, qué tal, ¿no hubo problemas?” Otra vez estoy en el bureau, o sea: oficina, de Diana, para entregarle la llave del salón, y firmar el recibo donde figura mi salario por dos horas: 26400 pesos. “Oiga, no haga esa cara de bobo que eso no es todo lo que se le va a pagar: falta reducir el 10%.” Bueno, pienso, pas mal, mi mejor amigo se levanta a las cuatro de la mañana, se va para la plaza de San Francisco, ayuda a otro gran amigo a mercar en grande, llevan el mercado a la Universidad Santo Tomás, sede sur, termina a las 11:30, y gana 12000 pesos por la jornada.
Voy saliendo tout joyeux, o sea: alegre; pero de repente: “Angélica es la más bonita de la clase.”