La libertad estimula el espíritu de los hombres fuertes.
Don Gregorio
¿La escuela? Bastante compleja esta palabra, aunque para muchos parezca tan simple, tan llana, tan sencilla, tan pobre…: aburrimiento, pérdida de tiempo, trauma… ¿El maestro?, peor aún: mediocre, no hace nada, profesor es cualquiera… “Bueno, ¡cállense ya!, háganme el favor y respetan”.
Por qué estas tristes ideas, estas expresiones que siempre se tienen para con la escuela, para con el maestro, para con la educación, para con la lectura, para con ustedes mismos… La escuela y el maestro son una sola entidad, si el uno no existe, la otra tampoco; si el uno desaparece, la otra también; qué podemos hacer, sí es cierto, y aunque ustedes no lo crean, la escuela y el maestro son bastante importantes para la sociedad, pero es verdad: a veces defraudan.
Estas páginas, estas letras han sido escritas por varios motivos: mostrarles lo que pienso de mi labor, porque aunque ustedes no la valoren yo sí; quejarme de ustedes, porque no leen; tirarme las orejas, porque a veces hago mal mi trabajo, y sobre todo, hacerle un honor a mi colega: don Gregorio, que aunque sólo existió en la pantalla, representa historias reales, y me ayuda a ser mejor.
Primero: Cuando estudié una Licenciatura nadie daba un peso por mí: “Profesor es cualquiera”, decían; pero ya ven que no, yo no tengo la culpa de que los hayan educado mal, de que les enseñara literatura un ingeniero; no señores, yo no tengo la culpa… Yo hago bien mi trabajo, mi mayor desilusión sería hacerlo mal, no esforzarme; robarlos, señores estudiantes, por eso sigo estudiando; quién dijo que enseñar era sencillo: es muy complicado, es guiar a un hombre, y si le parece tan sencillo, a ver: hágalo usted, pero hágalo bien, no como lo hicieron ellos con usted: mediocre.
Segundo: ¿No te gusta el sexo, disfrutar con el otro, hombre o mujer, de tantas maneras, con tantos sabores y poses? Si no lo disfrutas estás mal, igual de mal que cuando no te permites el placer de un libro, de la literatura, de la luz de las páginas cuando se abren… Algo por el estilo dice Héctor Abad, ese gran escritor colombiano; si no lees: estás mal, niño; y que yo te obligue a leer: ni loco; eso sí, en cada clase intento motivarte, te presento lo más sencillo y bello, con lo que debes empezar, pero eso sí, el camino es largo, todos los días te digo: “Debes seguir tú sólo, el camino es largo y no puedo acompañarte”, algo así es lo que le repiten los maestros de Karate a sus alumnos, en las películas… Claro, niño: “Obligarte a leer, jamás; ni loco, no tengo por qué obligarte a disfrutar del placer del libro”.
Tercero: ¿Sabes qué es la Guerra Civil Española?, pues algo muy malo, algo así como cuando vivieron tus abuelos; ¿no te han contado?, bajaban los hombres, sin cabeza, por lo ríos colombianos… En fin, toda guerra es mala, niño, y en España hubo una, terrible, entre 1936 y 1939, aunque verdaderamente duró mucho más, y hubo masacres y muertos e inocentes, y entre estos, mi amigo, mi colega, mi maestro: don Gregorio; un verdadero profesor, mi ídolo, así como el tuyo es Superman. Él soñaba con la libertad, pero no la suya, ya estaba anciano, ya no tenía nada que perder, soñaba con la libertad de los niños, de sus alumnos, de la sociedad venidera, la que el quería que mejorara el país, que lo sacara del abismo, de la condena… Pero, ¿sabes qué?, no puedo hacerlo, lo condenaron a muerte, lo mataron; y sus alumnos, lo inocentes, los pequeños, el futuro corrieron detrás del camión que lo llevaba al desbarrancadero y le tiraron piedras: “hereje, traidor, hijueputa…”
Nunca me hagas eso, niño: te lo pido por favor.
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